“Manjar sin sal, al diablo se lo puedes dar”, ya lo dice el refrán. La sal es un condimento fundamental para potenciar el sabor de nuestras comidas.
En Casa Alberto, lo consideramos un ingrediente imprescindible (en cantidad moderada) y dependiendo de los platos vamos alternando un tipo u otro de sal.
¿Qué es la sal realmente y de dónde se obtiene? Es una sustancia blanca, cristalina, muy soluble en agua y que se encuentra en la naturaleza disuelta en el agua del mar, lagunas o manantiales o en forma de masa sólida (minerales). La composición química de la sal es el NaCl (cloruro sódico), la más conocida es la sal común, vulgarmente conocida como sal.
Según su procedencia, existen tres tipos de sal común:
– Sal marina o de manantial, se obtiene por evaporación del agua.
– Sal gema, se obtiene de la extracción minera de una roca que se llama halita.
– Sal vegetal, se obtiene por concentración al hervir una planta gramínea que se cultiva en el desierto de Kalahari.
¿Para qué la usamos? Se usa principalmente como condimento de alimentos para potenciar el sabor de los mismos y como conservante en las grandes salazones de carne y pescados.
Tiene la ventaja de que se trata de un ingrediente barato, al alcance de cualquier bolsillo y accesible para todos, ya que la puedes encontrar en cualquier supermercado. La podemos encontrar en tres formatos: fina (uso común), gorda (carnes a la plancha, brasa…) o en copos (usada más habitualmente en la Alta Cocina). Hay también otra clasificación más genérica que habla de sal refinada, que es la más popular cuyos cristales son blancos y homogéneos y la sal no refinada, cuyos cristales son irregulares y pueden ser menos blancos.
Ni qué decir tiene y aunque somos defensores acérrimos de la sal, somos conscientes de que hay que usarla en los platos de forma moderada y con mesura. Y sin ninguna duda, siempre que nuestra buena salud nos lo permita.